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El Problema de las Guaguas

A veces es bien difícil explicarle a alguien que siempre viaja en carro, lo que significa viajar en transportación pública. Aunque sea de ‘aquí’ a ‘allí’. ¿Cómo tú explicas el calor que emana la acera al caminar hasta la parada? ¿Lo que es esperar una guagua sin seguridad alguna que vaya a pasar dentro de los diez minutos prometidos? ¿La decepción que te embarga al subirte a la guagua y descubrir que el acondicionador de aire está dañado? o ¿que los asientos están todos ocupados? ¿Cómo tú le haces sentir eso a otra persona?

Imposible.

Pero quejarme de la guagua no resuelve nada. Lo que hay que hacer es resolver el problema. Una solución sugerida por un amigo que tiene carro, es hacer las paradas de guagua más grandes, para que sirvan lo mismo para protegerse de la lluvia, o refrescarse con la sombra. “Mira que mucha gente están ahí parados en el sol esperando la guagua. ¡Ves! Esa parada no sirve. No protege a nadie. ¿Y si llueve? ¿¡Ah!?”, me dice mi amigo. No se lo quise decir por no hacerlo sentir mal, pero en ese momento pensé ‘que si las guaguas pasaran cada cinco minutos no habría nadie esperando en la parada.’

Pero la solución definitiva al problema de las guaguas me la dio otro amigo mientras viajábamos en el Tren Urbano. “Fácil. Quítales los carros a todos los políticos, legisladores, alcaldes, gobernantes y jefes de agencias de gobierno. Y que por ley tengan que viajar en transportación pública. Y verás. ¡Las guaguas se las van a comprar a la Mercedes Benz, con interiores de cuero, y acondicionadores de aire individuales! Las rutas se van a multiplicar como conejos, con paradas en casi cualquier esquina. Y la puntualidad de los chóferes será la envidia de los alemanes.”

Lo malo es que tiene razón.

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