En una ocasión no hace tanto, un ingeniero me dijo que los arquitectos no diseñan edificios sino monumentos a su creatividad. Cuando vi inaugurarse el muelle de las dos alas entendí lo que me quiso decir. Me pareció que las alas eran un adorno tan inútil y tan poco práctico que lo catalogué como otro absurdo de nuestra planificación urbana. No puse en duda el talento del arquitecto, como monumento es muy válido, puse en duda la gente que lo aprobó y que con tanto orgullo lo presentaron al mundo del turismo. Las alas ¿aguantarían los vientos huracanados que nos azotan de cuando en vez?, me pregunté.
En corte directo llegamos al presente. Con igual absurdo se anunció la llegada del barco más grande del mundo – una exageración hiperbólica me parece – para en minutos descubrir que no había espacio en aquel monumento para que pudiera atracar. Sencillamente nadie tomó las medidas. Cuando se dieron cuenta, ya el barco más grande del mundo se despedía del Morro.
¡Goodbye!
De inmediato y sin titubeos decidieron castigar al monumento por la incapacidad que evidenció el dueño de la cinta métrica. “¡A cortarle las alas!” Y así, sin excesiva festividad, cerraron la calle que bordea el muelle y con explosivos estratégicamente colocados en menos de quince minutos derrumbaron las alas del monumento.
Podríamos decir que des-monumentalizaron el muelle 3.
Les cuento este incidente porque me parece simbólico de la administración pública de las últimas décadas. Lo que construye el primero lo destruye el segundo. No importa el orden de llegada. Por cada paso que damos hacia adelante damos dos hacia atrás. Y el pueblo, que también se llama ‘gente’, detenidos esperando que cambie el semáforo para ver si cruzan. Pero..., ¿qué podemos hacer? si nosotros mismos los elegimos.
En un aparte: el arquitecto del monumento, ¿dijo algo?
En corte directo llegamos al presente. Con igual absurdo se anunció la llegada del barco más grande del mundo – una exageración hiperbólica me parece – para en minutos descubrir que no había espacio en aquel monumento para que pudiera atracar. Sencillamente nadie tomó las medidas. Cuando se dieron cuenta, ya el barco más grande del mundo se despedía del Morro.
¡Goodbye!
De inmediato y sin titubeos decidieron castigar al monumento por la incapacidad que evidenció el dueño de la cinta métrica. “¡A cortarle las alas!” Y así, sin excesiva festividad, cerraron la calle que bordea el muelle y con explosivos estratégicamente colocados en menos de quince minutos derrumbaron las alas del monumento.
Podríamos decir que des-monumentalizaron el muelle 3.
Les cuento este incidente porque me parece simbólico de la administración pública de las últimas décadas. Lo que construye el primero lo destruye el segundo. No importa el orden de llegada. Por cada paso que damos hacia adelante damos dos hacia atrás. Y el pueblo, que también se llama ‘gente’, detenidos esperando que cambie el semáforo para ver si cruzan. Pero..., ¿qué podemos hacer? si nosotros mismos los elegimos.
En un aparte: el arquitecto del monumento, ¿dijo algo?
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