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Cavilando

            A falta de hierba para los camellos (cortaron la grama en El Morro) me puse a cavilar sobre los Reyes Magos. Me puse en su lugar. No para la Epifanía sino en su entorno y realidad. No puede haber duda que para que tres individuos se logren encontrar en un lugar específico del desierto, tenían que ser astrónomos y matemáticos. Sabios por demás. Además eran viajeros, lo que para la época significó ser aventureros. Visitaban ciudades imperiosas y culturas radicalmente diferentes. Me los puedo imaginar conversando frente a la hoguera, ese primera noche de encuentro. Compartiendo lo que debió ser una enormidad de conocimientos y experiencias. Siendo el mundo como es, posiblemente  conocían a un mismo tabernero en Alejandría. El desierto y las estrellas refinaron su propósito y como lograrlo.
            No eran reyes, no hay rey sin sequito. Punto. Ni eran tan sabios en las cosas mundanas. Visitar al Rey de Judea y anúnciale su plan de encontrar y alabar la llegada del mesías fue una estupidez. Es precisamente ese llamado mesías el que le va a quitar su trono. Es su archí-enemigo desde antes de nacer. Y los Magos le dicen, “Y vamos para allá ahora mismo.” La invitación a seguirlos está implícita.
            En el día de hoy celebramos ese encuentro: mágico, simbólico, mítico. Lograda su meta, ¿los Magos?, ¿se separan y cada cual toma su rombo? ¿O siguieron juntos un tiempo más hasta dar con la coyuntura donde mejor cada cual encontraba su camino?
            ¿Se habrán enterado de la horrible matanza de los inocentes? ¡Matanza provocada por los celos que ellos mismo sembraron en la mente de Herodes! Sólo el que tienes cerca te puede traicionar.

            ¡Japi Trikin Dei! 

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