La
estadidad como panacea a todos los problemas de Puerto Rico es una falsedad.
¿Por qué? Porque vamos a seguir siendo puertorriqueños, no va haber un acto de
magia que de pronto arregle las carreteras, arregle la transportación pública, elimine
la economía subterránea, induzca a los políticos a ser honrados, eleve la
policía a un cuerpo de investigación ejemplar, haga eficiente el sistema judicial,
desaparezca la pobreza, mejore la calidad de la televisión o le preste a
Maripilli lo que Madre Natura no le dio. Lo único que va a pasar es que el
Partido Popular se llamará Demócrata y el PNP se llamará Republicano. Pero van
a ser los mismos cuarenta ladrones de Alí Babá que estarán ocupando los puestos
políticos, malgastando el dinero que nos quitan por impuestos y disfrutando de
la buena vida que ellos mismos se legislan. Igual que ahora.
Eso
es lo primero.
Lo
segundo es la verdad histórica. Ni los esquimales, ni los hawaianos, ni los
indígenas norteamericanos, ni los mejicanos en California pidieron la estadidad
para sus territorios. Sus territorios primero fueron abarrotados de americanos
y luego fueron esos americanos, los que se apoderaron de sus tierras, los que
pidieron la anexión. Y eso no ha pasado aquí. Los pocos que viven aquí
permanentemente han preferido criollizarse que tratar de americanizarnos. (No
sé el porqué a ciencia cierta pero me imagino que es que la vida aquí es más
sabrosa que allá.)
A
lo que voy es que en nuestra Isla prácticamente no hay americanos – no importa
como lea la ciudadanía - y durante los 50 años que el gobierno federal trató de
americanizarnos con la educación pública fue claramente un fracaso. Podemos ponerle
nombres en inglés a las calles y ciudades y puede ser que se engañen unos
pocos, pero a los americanos no los vamos a hacer creer que aquí viven tres
millones de americanos. Somos puertorriqueños y si experimentan la vida en el
norte van a descubrir, más rápido que ligero, que somos una raza aparte.
Definitivamente no somos americanos.
Lo
tercero es que no importa cuántas veces clamemos por el estado 51, no somos
nosotros los que vamos a tomar esa decisión. Va a ser el congreso quien decida
cuál va a ser nuestro estatus final. Y si un congresista de North Dakota decide
recogernos en una reservación y regalarles a los americanos nuestras tierras,
tal como le hicieron a las tribus Dakota en su propia tierra, lo van a poder
hacer. Y si un senador de New York decide que es mejor salir de nosotros y convertirnos
en república para recortar el presupuesto de la nación federal, lo van a poder
hacer. Y nosotros, con el rabo entre las patas vamos a tener que chuparnos esa
china, por amarga que esté.
¡Y
eso es la pura verdad!
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