La
democracia padece de un sinfín de defectos y eso lo vivimos todos, a diario. No
hay duda. El problema es que nadie se ha inventado una mejor alternativa.
Incluyéndome a mí. Hay diversas formas de estructurar esa ‘democracia’ pero a
fin de cuentas son todo lo mismo. El fundamento de la tal democracia es que el
ciudadano común pueda ejercer su voto y de esa forma impactar su gobernanza.
Y
ahí mismo es que se encuentra el primer defecto. Las estructuras de poder
social, económico y político siempre han tratado de limitar quien puede votar.
Desde los mismos griegos, de quienes tomamos el vocablo, hasta los estados del
sur de los Estados Unidos al finalizar la guerra civil de ese país, limitaron
el derecho al voto a sólo los ciudadanos. En el caso de los griegos, los
romanos los conquistaron, los esclavizaron y ya. En esos estados del sur los
negros adquirieron ciudadanía gracias a legislación que cambió la definición de
‘ciudadano’ a todo aquel que haya nacido en territorio estadounidense.
Desde
entonces los poderosos han buscado formas creativas de retener el poder
manipulando al ciudadano con su derecho a votar. Aquí en la Isla, los
republicanos tenían la usanza de sobornar al campesino con un dólar y
secuestrarlo en ranchos hasta pasado el periodo de votación. En otras palabras,
obstaculizar que la gente efectivamente vaya a votar. Y hoy tenemos versiones
de esa costumbre. La más legitima, en el sentido de legalidad, es conseguir que
el ciudadano pierda el interés en ir a votar. Ya sea porque está decepcionado con
los candidatos o partidos, ya sea porque se le hace creer que está botando el
voto, ya sea porque el procedimiento en sí para la votación está
desprestigiado. La gente se queda en la casa y se aprovechan del día libre para
pasear por el campo o ir a la playa. Entonces los manipuladores motivan a los
correligionarios más fieles al partido que vayan todos a votar.
La
primera táctica la vimos en las pasadas elecciones. Una acusación falsa y
pueril del sistema de justicia federal desanimó a cientos de miles de electores
de votar por su partido. Ahora estamos viendo la última que enumeré, donde se
está poniendo en tela de juicio el sistema mismo. Provocando que el ciudadano
piense: ‘para que voy a ir a votar si esa gente va hacer trampa y robarse las
elecciones, no importa como yo vote’.
A
lo que voy, es que votar en una democracia es mucho más que un derecho que
puedes o no efectuar. Es una responsabilidad cívica. Una obligación moral. El
que no acude a las urnas está siendo irresponsable no sólo con la sociedad en
que vive, sino con su propia familia. La que tendrá que atenerse a lo que unos
pocos decidan hacer con ellos y para ellos.
No
se dejen tomar el pelo, que aunque tu candidato pierda, tú no has botado el
voto. Al votar obligaste al otro a contarte: ¡presente!
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