“Yo no entiendo para qué tanto gobierno”, me dice Tomás con su usual intensidad. “Si con dos suizos y un japonés se administra esta Isla.” La luz de cuaresma pintaba el paisaje y la brisa te salpicaba con el olor del salitre. “Sabes lo que yo haría”, me dice Tomás después de una pausa. Como siempre Tomás no requirió de un “¿Qué?” para continuar.
“Yo buscaría la Independencia para San Juan. Para el Islote, del puente Dos Hermanos hasta el Morro, una república. La Republica de San Juan Bautista. Independiente del Estado Libre Asociado, seguimos con los Estados Unidos, que cuiden la muralla y los fuertes, inclusive las plazas, pa’ no tener que gastar en eso. Pero libre de esta gente, politiqueros ineptos, que nos están llevando a la ruina. Mira, le cobramos alquiler por el uso de la Fortaleza y los otros edificios históricos que usa el gobierno, podemos cobrar renta por el Capitolio, nada, lo que dijo Rubén que iba hacer con las bases, no es que se vayan es que nos paguen por estar aquí.”
Mi sonrisa enseñaba los premolares.
“Esto puede ser perfecto. Mira, con los alquileres de edificios públicos, y un peaje en los puentes, a dos pesos el carro y a peso el peatón, nadie en San Juan va a tener que trabajar. Un paraíso tropical. Un verdadero paraíso tropical.”
Pensé en decirle que escriba al Departamento de Estado pero el sol, la brisa, y el salitre exigieron silencio.
“Yo buscaría la Independencia para San Juan. Para el Islote, del puente Dos Hermanos hasta el Morro, una república. La Republica de San Juan Bautista. Independiente del Estado Libre Asociado, seguimos con los Estados Unidos, que cuiden la muralla y los fuertes, inclusive las plazas, pa’ no tener que gastar en eso. Pero libre de esta gente, politiqueros ineptos, que nos están llevando a la ruina. Mira, le cobramos alquiler por el uso de la Fortaleza y los otros edificios históricos que usa el gobierno, podemos cobrar renta por el Capitolio, nada, lo que dijo Rubén que iba hacer con las bases, no es que se vayan es que nos paguen por estar aquí.”
Mi sonrisa enseñaba los premolares.
“Esto puede ser perfecto. Mira, con los alquileres de edificios públicos, y un peaje en los puentes, a dos pesos el carro y a peso el peatón, nadie en San Juan va a tener que trabajar. Un paraíso tropical. Un verdadero paraíso tropical.”
Pensé en decirle que escriba al Departamento de Estado pero el sol, la brisa, y el salitre exigieron silencio.
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