Como regla, a un recién nombrado ejecutivo se le otorga
un año de gracia. Tiempo para aclimatarse a su nuevo empleo, organizar su grupo
de trabajo y poner en marcha su plan. Y esa es la justificación que le ofrezco
a mis cuatro ávidos lectores por no haber comentado nada sobre nuestro diario
acontecer estos pasados meses. No hace propiamente un año que se juramentó el
actual gobernador pero sí hace casi un año que él anunció su propuesta para la
cultura. Y habiendo completado los nombramientos ejecutivos en las plazas
relacionadas a la cultura creo que es tiempo para expresar mis opiniones. No
que importe. Ninguno de los previos cuatro gobernadores me ha hecho caso.
Tengo que fundamentar mi opinión en una definición clara
de lo que es ‘cultura’. Muchos,
principalmente los alcaldes, piensan que cultura es solo entretenimiento, el
mundo del espectáculo. Las definiciones estándar de cultura, ‘...un conjunto de...’, es tan
amplio, ‘...modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de
desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social,
etc...’ que prácticamente permite interpretar ‘cultura’ o ‘lo cultural’ a conveniencia del que interpreta.
Por eso propongo mi propia definición. En su esencia, no
importa cómo se manifieste, la cultura es creación. O para ser más precisos es
resultado de la creación. No existe un solo renglón ‘cultural’ que no sea resultado directo de un acto de creación. No
existe la generación espontanea ‘cultural’.
Siempre hay alguien que hace algo, que se reconoce, se aplaude y se copia.
Siendo esto ineludiblemente así, toda gestión gubernamental debe ser dirigida a
fomentar la creación.
Sin embargo durante los últimos 20 años lo que hemos
visto es el empeño de los ejecutivos de gobierno en ‘administrar la cultura’, o
sea darle una dirección y encaminar la creación cultural hacia unos objetivos
de política pública. O sea, apoyar y
estimular las personas que se acomodan a la versión de cultura que los líderes políticos esgrimen a la conveniencia de sus
objetivos partidistas. Y por el contrario desestimular, censurar o a veces
destruir los que no son cónsonos a esos objetivos. Sin mediar el mérito y/o la
obra de esas otras personas, antagonistas de los administradores culturales.
Ahora hemos visto al gobernador nombrar a puestos claves
a respetados académicos, muy dispuestos a administrar la cultura del país, pero
que su aporte a la nación realmente se limita al análisis y estudio de lo que
han hecho los forjadores de la cultura nacional. Qué sin entender realmente lo
que es el proceso de creación pretenden imponer criterios sobre lo que es o no
válido, lo que se debe o no auspiciar y promover. Inevitablemente esa gestión
gubernamental va a continuar con el divisionismo y el dirigismo que viene
atentando contra nuestra sociedad. El resultado lo vemos en la calle todos los
días.
La cultura de un pueblo no es solo un conjunto de
manifestaciones, es la propia identidad de un pueblo. Es por vía de esa
identidad que germina en la sociedad un sentido de pertenencia - ‘esto es mío y
no me lo dañes’ - y ese sentido de identidad y pertenencia es la espina dorsal
de la estabilidad social. El estimulo a la creación/cultura - no la
administración de esa creación - es de vital importancia para una sociedad sana.
Y la exportación de esa cultura es también
fundamental para la autoestima de un pueblo. El reconocimiento de nuestra
cultura como una vibrante manifestación de un país, abre las puertas al
reconocimiento de la capacidad industrial y comercial que tenemos. Puerto Rico
no es el gobierno, ni la legislatura, ni los partidos políticos. Merecemos un
mayor respeto de parte de los que elegimos como empleados nuestros.
Ahorita vamos a comentar sobre la distinguida Comisión
para el Desarrollo de la Cultura. ¡Que no se vaya nadie!
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Abrazos