Tuve
un compañero de escuela que se enorgullecía de hacer trampa, copiarse en los
exámenes, robarle dulces al colmadito de la esquina, echarle la culpa a otro
para salir de algún atolladero en el salón y hasta organizaba competencias con
otros compañeros a ver quién podía robar más artículos en un supermercado que
recién habían abierto en el vecindario. Siempre me estuvo curioso ese
comportamiento, a veces totalmente superfluo porque no se podía comer todos los
dulces que se robaba.
Mi
crianza fue todo lo opuesto pero aun sabiendo que aquel lo hacía mal me
provocaba mucha curiosidad, hasta cierta admiración por lo atrevido y
arriesgado. En una ocasión me dispuse a preguntarle porque se desviaba tanto
del ‘camino recto’. Su respuesta marcó
huella en mí. Me dijo, “porque sí, porque puedo hacerlo”.
Ahora
tantos años más tarde pienso que como él, tenía que haber uno en cada salón o
al menos uno en cada grado. Lo que sumaría a cientos, sino miles de tramposos y
pillos. Y parece que un nutrido grupo de ellos están en la legislatura.
Apoyándose unos a otros y tapándose cuando los descubren con las manos en la
masa. Y no digo esto como chisme, salen en la prensa todas las semanas. Tienen
nombre y apellido.
Menciono
la legislatura como guarida de ladrones y no la rama ejecutiva porque allí,
aunque debe haber un tramposo que otro, lo que hay mayormente son ineptos y embusteros.
En cuatro años hemos visto cuatro superintendentes de la policía, cuatro
secretarios de educación y otros tantos idiotas que continuamente hacen quedar
mal al gobernador.
¿O
será posible lo contrario? Que ellos son
los que han dicho la verdad y el idiota que se contradice es el otro. Sabrá
Dios…
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