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Aquí y Allá

Cuando viajo trato siempre de ir al mercado de la ciudad que visito. A veces son plazas de mercado y a veces son supermercados. Es una manera de conocer la cultura del lugar.  Por ejemplo, encontré en la fonda de la Plaza del Mercado de la Ciudad de Panamá, que el especial del día era carne guisada. Ahí me di cuenta lo mucho que nos parecemos, los panameños y nosotros.

Pues está vez fui a ver el supermercado más grande de Brooklyn, NY. Fairfield se llama y es como de una manzana completa de grande. Obviamente una cornucopia de comestibles. Diez clases de aceitunas, ocho tipos de aceite de puro oliva, carnes añejadas, salchichas de todo tipo, frescas y ahumadas. El equivalente de un supermercado completo con solo productos orgánicos. Góndola tras góndola tras góndola. De todo como en botica.
Me detuve a estudiar el mostrador de café en grano. Los quintales ofreciendo los granos sumaban a más de veinte. Encontré café de Santo Domingo, de Guatemala, de África, del Pacífico, en verdad del mundo entero. Pregunté a ver si había café de Puerto Rico. No, no lo había. Llevo años escuchando que no hay quien recoja el café, que la mano de obra es muy costosa y claro el repetido mito de nuestro café ser el café oficial del Vaticano. El mejor del mundo. Pero en el supermercado Fairfield de Brooklyn, no había.

Pero sí había café Blue Mountain de Jamaica a $49.00 la libra. ¡Sí! A $49.00 la libra. No es un error tipográfico. A esos precios de venta se le puede pagar al que recoge el café más de lo que se puede ganar trabajando en una farmacéutica. Por cierto, he probado el Blue Mountain y no es mejor café que el nuestro.
Estas son las cosas que no entiendo de nuestra Isla. Está claramente establecido que la agricultura es el fundamento de cualquier economía. Sí una nación tiene que importar todo lo que come, como nosotros, la riqueza que puede generar la economía termina en los bolsillos de los hacendados en el extranjero. Los aguacates se los compramos a Santo Domingo, los limones a Méjico y la carne a Costa Rica. Renglón por renglón despachamos nuestro dinero como la Western Union a países que tienen el mismo clima y menos facilidades, comprándoles alimentos que podríamos cosechar aquí.

Sospecho que los Secretarios de Agricultura, al igual que nuestros legisladores que nunca se han subido a una guagua, nunca han visitado un supermercado para ver cuáles renglones de abastos se pueden producir aquí. Nutrirnos con alimentos más frescos y a la vez conservar la riqueza que generamos en nuestra propia tierra. ¿Será que es mucho pedir?
Me imagino que comen siempre en restaurantes finos con la tarjeta de crédito del gobierno, la cual pagamos nosotros.

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