Bueno, Fausto ya contestó esa pregunta. Pero a lo que voy es a una de esas cosas que padece nuestra colonia. Nuestros astutos líderes no asocian lo que hacen con la consecuencia de lo que hacen. Los políticos trabajan en pura teoría haciendo y deshaciendo sin considerar los resultados en la práctica de lo que hacen, ni los resultados de lo que ya hicieron, cuando repiten la misma fórmula.
La teoría fundamental de este cuatrienio es la privatización. Argumento que también esgrima el partido Republicano de la Metrópolis. El más reciente embeleco es la privatización del Aeropuerto. Van a cederle la administración del mismo a una empresa privada con la expectativa de que esa empresa privada invierta el dinero que hace falta para renovar las facilidades y por tal, atraer más vuelos y más aerolíneas. Lo se traduce, según ellos, a más prosperidad.
Parece que nadie recuerda cuando hace más de una década se decidió re-privatizar la Telefónica. Se le compró a la ITT porque la empresa privada no invertía en poner al día la tecnología del servicio. En pocos años se mejoró el servicio, se controlaron los costos, generó marcadas ganancias y creo empleos para cientos de personas. Años después, se vende el servicio a una empresa privada con las mismas promesas que hoy hacen nuestros astutos lideres para con el aeropuerto. El resultado, en la práctica, es que la empresa que adquirió la Telefónica aumentó los precios y cargos por servicio, solo promueve su oferta de celulares y no queda en la calle un teléfono público que tenga servicio. Hasta en las majestuosas estaciones del Tren Urbano quedaron huérfanas las casetas donde se debieron colocar los teléfonos públicos. Hay que tener celular si necesitas llamar desde la calle, preferiblemente el que ellos venden.
¿Qué les hace pensar, a nuestros astutos líderes, que en el aeropuerto va a ser distinto? La empresa privada tiene que generar ganancias, beneficios económicos para sus dueños o accionistas. Y una empresa privada se valora por su capacidad de maximizar las ganancias, no por invertir en la infraestructura de algo que al final no le pertenece. ¿A quién pretenden tomarle el pelo? ¿A la empresa APP? ¿O al pueblo de Puerto Rico? Sabrá dios.
No es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar a robarte el alma.
La teoría fundamental de este cuatrienio es la privatización. Argumento que también esgrima el partido Republicano de la Metrópolis. El más reciente embeleco es la privatización del Aeropuerto. Van a cederle la administración del mismo a una empresa privada con la expectativa de que esa empresa privada invierta el dinero que hace falta para renovar las facilidades y por tal, atraer más vuelos y más aerolíneas. Lo se traduce, según ellos, a más prosperidad.
Parece que nadie recuerda cuando hace más de una década se decidió re-privatizar la Telefónica. Se le compró a la ITT porque la empresa privada no invertía en poner al día la tecnología del servicio. En pocos años se mejoró el servicio, se controlaron los costos, generó marcadas ganancias y creo empleos para cientos de personas. Años después, se vende el servicio a una empresa privada con las mismas promesas que hoy hacen nuestros astutos lideres para con el aeropuerto. El resultado, en la práctica, es que la empresa que adquirió la Telefónica aumentó los precios y cargos por servicio, solo promueve su oferta de celulares y no queda en la calle un teléfono público que tenga servicio. Hasta en las majestuosas estaciones del Tren Urbano quedaron huérfanas las casetas donde se debieron colocar los teléfonos públicos. Hay que tener celular si necesitas llamar desde la calle, preferiblemente el que ellos venden.
¿Qué les hace pensar, a nuestros astutos líderes, que en el aeropuerto va a ser distinto? La empresa privada tiene que generar ganancias, beneficios económicos para sus dueños o accionistas. Y una empresa privada se valora por su capacidad de maximizar las ganancias, no por invertir en la infraestructura de algo que al final no le pertenece. ¿A quién pretenden tomarle el pelo? ¿A la empresa APP? ¿O al pueblo de Puerto Rico? Sabrá dios.
No es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar a robarte el alma.
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