No hace cinco minutos que me entero, gracias a la televisión, que hoy es el día en que los españoles o mejor dicho, Cristóbal Colon descubrió a Puerto Rico. O mejor dicho aun, tropezó con la Isla donde vivimos. ¡Qué honda pena me da! El que celebra ese “descubrimiento” no sabe lo que hace.
Antes de que el explorador Italiano, porque tampoco era español, cruzara el Atlántico sin saber realmente a donde iba, esta Isla era el paraíso. Dicen, los que estudian el asunto, que aquí vivían cómodamente cerca de 600,000 habitantes en armonía. Por lo menos en la armonía que puede alcanzar el ser humano. Había comida demás, se trabajaba poco y se celebraran festividades y competencias deportivas todo el tiempo. Claro, como en todo lugar se pasaban algunos tiempos malos cuando por ejemplo pasaba un huracán o invadía alguna tribu enemiga. Pero eso era la menor de las veces. Las playas prístinas, los bosques frondosos y vestidos con lo menos posible, se paseaban los Taínos por toda la Isla disfrutando lo que la Madre Naturaleza había provisto.
En corte directo llegaron los conquistadores cargando con enfermedades, animales agrestes y riñas ancestrales. Diezmaron a los dueños del terruño, cortaron los arboles y contaminaron las aguas. En su ávida búsqueda de oro y riquezas destruyeron todo lo hacía la isla de Boriquén hermosa. Y así se sigue por poco más de 500 años.
Que me perdonen los invasores pero, para mí, hoy no es día de celebrar. Debemos vestirnos de negro, echarnos cenizas en el pelo y pedir perdón por lo que hemos hecho con Puerto Rico.
Antes de que el explorador Italiano, porque tampoco era español, cruzara el Atlántico sin saber realmente a donde iba, esta Isla era el paraíso. Dicen, los que estudian el asunto, que aquí vivían cómodamente cerca de 600,000 habitantes en armonía. Por lo menos en la armonía que puede alcanzar el ser humano. Había comida demás, se trabajaba poco y se celebraran festividades y competencias deportivas todo el tiempo. Claro, como en todo lugar se pasaban algunos tiempos malos cuando por ejemplo pasaba un huracán o invadía alguna tribu enemiga. Pero eso era la menor de las veces. Las playas prístinas, los bosques frondosos y vestidos con lo menos posible, se paseaban los Taínos por toda la Isla disfrutando lo que la Madre Naturaleza había provisto.
En corte directo llegaron los conquistadores cargando con enfermedades, animales agrestes y riñas ancestrales. Diezmaron a los dueños del terruño, cortaron los arboles y contaminaron las aguas. En su ávida búsqueda de oro y riquezas destruyeron todo lo hacía la isla de Boriquén hermosa. Y así se sigue por poco más de 500 años.
Que me perdonen los invasores pero, para mí, hoy no es día de celebrar. Debemos vestirnos de negro, echarnos cenizas en el pelo y pedir perdón por lo que hemos hecho con Puerto Rico.
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