Un amigo y nuevo lector de la Terapia me lanzó un reto al cuestionarme lo dicho en una columna. ¿A quién le vamos a preguntar si no les preguntamos a los ricos? ¿Quién nos va a decir cómo salir de este hoyo económico? ¿Los pobres? Claro, a una pregunta directa una respuesta evasiva. La verdad es que al no tener respuesta remití con la oración que repetía con facilidad: de qué el problema es que nadie, pero que nadie, en el planeta tierra tiene idea de cómo arreglar la cosa.
Pues como todo estudioso de la naturaleza humana (y vegetal) me dispuse a buscar un pobre que nos dé la solución a todos nuestros problemas económicos. Lo primero fue preparar una lista de pobres conocidos. Conocidos en el sentido de que yo ya los conozca, porqué no me voy a exponer por ahí preguntándole a todos los deambulantes que viven en San Juan. Conseguí tres pobres que viven cerca – no hace falta ir lejos si la selección de muestra es acertada – Beto, Coco y Cabo. Está también Pablo, pero no creo que él cuente como pobre, lo que está es desempleado. Los otros tres están firmes en su pobreza.
Organicé la entrevista como para un estudio de mercado. Nos sentamos a dialogar en mesa redonda en el cafetín del callejón y tres cervezas más tarde (el total realmente fueron doce cervezas) se llegó a la siguiente conclusión.
A) qué los verdaderos ricos no tienen que ir a trabajar.
B) qué los asesores del gobernador tienen que ir a trabajar todos los días.
C) qué los asesores realmente son pobres.
Lo que define al reto de mi amigo como uno frívolo.
Bueno, pagué las cervezas y me despedí de mis amigos pobres. Le quedaba un fondito a la lata así que quedé en la puerta observando a mis tres asesores. No me tomó mucho tiempo darme cuente que entre aquellos tres no se podía sumar una hora de trabajo. Ni individual ni colectivo. No han trabajado nunca. Y ahí me di cuenta que ellos no eran pobres. Eran tan ricos como él más rico. Y de seguro mucho más ricos que los asesores que llegan a su trabajo todos los días.
Pues como todo estudioso de la naturaleza humana (y vegetal) me dispuse a buscar un pobre que nos dé la solución a todos nuestros problemas económicos. Lo primero fue preparar una lista de pobres conocidos. Conocidos en el sentido de que yo ya los conozca, porqué no me voy a exponer por ahí preguntándole a todos los deambulantes que viven en San Juan. Conseguí tres pobres que viven cerca – no hace falta ir lejos si la selección de muestra es acertada – Beto, Coco y Cabo. Está también Pablo, pero no creo que él cuente como pobre, lo que está es desempleado. Los otros tres están firmes en su pobreza.
Organicé la entrevista como para un estudio de mercado. Nos sentamos a dialogar en mesa redonda en el cafetín del callejón y tres cervezas más tarde (el total realmente fueron doce cervezas) se llegó a la siguiente conclusión.
A) qué los verdaderos ricos no tienen que ir a trabajar.
B) qué los asesores del gobernador tienen que ir a trabajar todos los días.
C) qué los asesores realmente son pobres.
Lo que define al reto de mi amigo como uno frívolo.
Bueno, pagué las cervezas y me despedí de mis amigos pobres. Le quedaba un fondito a la lata así que quedé en la puerta observando a mis tres asesores. No me tomó mucho tiempo darme cuente que entre aquellos tres no se podía sumar una hora de trabajo. Ni individual ni colectivo. No han trabajado nunca. Y ahí me di cuenta que ellos no eran pobres. Eran tan ricos como él más rico. Y de seguro mucho más ricos que los asesores que llegan a su trabajo todos los días.
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