Los descubrimientos llegan en etapas, no siempre de un solo cantazo. O sea, de una cosa te lleva a la otra y ¡puf! un día, se te ocurre lo que nunca se te había ocurrido. Pues algo así me ha pasado a mí. Una noche observo un lagartijo de tamaño mediano salir de su escondite detrás del librero para colocarse en una buena posición para capturar, o cazar, insectos voladores. Me llamó la atención este lagartijo porque es albino. Bueno, sino albino entonces paliducho. De un color rosado.
A la noche siguiente reaparece el lagartijo en el mismo lugar. El lugar es idóneo para capturar sabandijas. Alimento de lagartos. Y de arañas, recordé. Busqué con la vista, por las esquinas del cuarto, las telas de araña que siempre hubo decorando el techo. Habían desaparecido. Comida de lagartijos. Esto me causó una admiración por el lagartijo, “no solo se alimenta bien, sino que me tiene el cuarto limpio”, pensé.
Anoche descubro que existe otro lagartijo igual al primero, rosado, carnoso. Un color que al aire libre les garantiza una corta vida. “Aquí viven seguros”, pensé, simpatizando con los dos lagartijos albinos. Pero me di cuenta, observándolos un rato, que ya no tenían comida. Se habían comido las arañas que cosían las redes que capturaba la presa que todos comían. Ellos mismos lograron destruir su propio Edén. Y ahora expulsados por la necesidad, se ven obligados a regresar al jardín y exponerse día y noche a la incesante cacería de los gatos del vecindario.
¡Gracias a Dios que los humanos no somos así!
A la noche siguiente reaparece el lagartijo en el mismo lugar. El lugar es idóneo para capturar sabandijas. Alimento de lagartos. Y de arañas, recordé. Busqué con la vista, por las esquinas del cuarto, las telas de araña que siempre hubo decorando el techo. Habían desaparecido. Comida de lagartijos. Esto me causó una admiración por el lagartijo, “no solo se alimenta bien, sino que me tiene el cuarto limpio”, pensé.
Anoche descubro que existe otro lagartijo igual al primero, rosado, carnoso. Un color que al aire libre les garantiza una corta vida. “Aquí viven seguros”, pensé, simpatizando con los dos lagartijos albinos. Pero me di cuenta, observándolos un rato, que ya no tenían comida. Se habían comido las arañas que cosían las redes que capturaba la presa que todos comían. Ellos mismos lograron destruir su propio Edén. Y ahora expulsados por la necesidad, se ven obligados a regresar al jardín y exponerse día y noche a la incesante cacería de los gatos del vecindario.
¡Gracias a Dios que los humanos no somos así!
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