Igual que con los aviones y los trenes, los países se clasifican entre ellos mismos como país Desarrollado (primera clase), los que están en Vías de Desarrollo (segunda clase) y el Tercer Mundo que incluye a todos los países sin desarrollo. ¡Pues nos alcanzó el Tercer Mundo! Si no, es que estamos resbalando pa’ ‘tras hasta caer en él. Te cuento.
Buscando un número (turno) para orientación y una cita, visité las oficinas de la Reforma en Río Piedras. La primera visita fue en la tarde y me enteré que a esa hora no dan citas. Las muchas sillas vacías me lo confirmaban. Siguiendo las instrucciones que me dieron, regresé al otro día a las siete y media de la mañana.
Que la entrada al minúsculo ascensor estuviera atestada de gente no me sorprendió, el espacio que pretendía ser lobby no mide más de seis pies cuadrados. Al momento de yo llegar a la escena, irrumpe bajando por la escalera un grupo de personas, hombres mujeres y niños, algunos bebes incluso, y a viva voz repetían, “allá ‘rriba no se puede estar”, “no se puede respirar”, “imposible”. Jamás imaginé que tenía algo que ver conmigo, ni a donde iba.
En un espacio tamaño salón de clase, más de 100 personas serpenteaban como fila de conga entre las columnas. Ni treinta segundos me tomó darme cuenta que el acondicionador de aire no ventilaba. La escasez de oxigeno me permitió solo una pregunta, “¿Y los turnos para cita?” “Ya se acabaron, solo dan 100 turnos por día.”
Si pasa por allí, en ese momento, un inspector del Departamento de Salud, cerraba la oficina por condiciones insalubres. Solamente en alguna noticia sobre algún país africano he visto yo ese hacinamiento infeccioso, en una oficina que pretende servir a la salud pública de un pueblo.
¡Vamos pa ‘tras, pero siempre aplaudiendo!
Buscando un número (turno) para orientación y una cita, visité las oficinas de la Reforma en Río Piedras. La primera visita fue en la tarde y me enteré que a esa hora no dan citas. Las muchas sillas vacías me lo confirmaban. Siguiendo las instrucciones que me dieron, regresé al otro día a las siete y media de la mañana.
Que la entrada al minúsculo ascensor estuviera atestada de gente no me sorprendió, el espacio que pretendía ser lobby no mide más de seis pies cuadrados. Al momento de yo llegar a la escena, irrumpe bajando por la escalera un grupo de personas, hombres mujeres y niños, algunos bebes incluso, y a viva voz repetían, “allá ‘rriba no se puede estar”, “no se puede respirar”, “imposible”. Jamás imaginé que tenía algo que ver conmigo, ni a donde iba.
En un espacio tamaño salón de clase, más de 100 personas serpenteaban como fila de conga entre las columnas. Ni treinta segundos me tomó darme cuenta que el acondicionador de aire no ventilaba. La escasez de oxigeno me permitió solo una pregunta, “¿Y los turnos para cita?” “Ya se acabaron, solo dan 100 turnos por día.”
Si pasa por allí, en ese momento, un inspector del Departamento de Salud, cerraba la oficina por condiciones insalubres. Solamente en alguna noticia sobre algún país africano he visto yo ese hacinamiento infeccioso, en una oficina que pretende servir a la salud pública de un pueblo.
¡Vamos pa ‘tras, pero siempre aplaudiendo!
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